Tango turquesa
El crepúsculo muerde tus labios en un beso. Y sutilmente, tu sonrisa se difumina con la tarde. La sórdida desdicha que te habita el alma —y la niebla ciega— como un velo, cubre tu verdad amarga. Tu ser se desgasta. Tu boca, tan tierna besa… y me desarma. Y tu alma sedienta seca como el río aquel que tu sed devoró su cauce luego se desborda junto con la lluvia al caer la tarde. Su caudal te moja… Tus labios se sacian al borde del río y junto a los míos danzan en su orilla un tango de rosas casi temblorosa cual las hojas secas bajo las falanges del sombrío jilguero… con la cara blanca y cabeza roja. Sus alas doradas aletean… y cantan invocando el eco de aquel fuelle triste. El sol se despide se pierde al ocaso. Mi sombra se disuelve en tu eco ausente y el bandoneón… calla. El ave se aleja. Y en tu orilla queda la danza suspendida tan muda… y solitaria como un leve suspiro que no encuentra reposo solo olvido. Y por tu mejilla se cuela la tristeza sobre tu carne salada. Y con tu piel...