Ninfas y duendes…

Como tres mosqueteros, tres amigos,

caminaban las calles de la sierra.

A paso firme los tres iban perdidos,

tras las más hermosísimas doncellas.


Lujuriosos, amando hasta los valles,

con aire audaz, de caza y de Tenorio,

entre el polvo y las piedras de las calles

sigilosos, explorando territorio.


Luego de caminar como tres leguas,

de forma muy extraña y misteriosa,

al pueblo al fin llegaron, y sus huellas

grabaron en las puertas de sus chozas.


Tres ninfas se alzaban en el umbral,

con sus rostros lánguidos y sublimes,

y sus brazos como alas de cristal;

y en sus pechos, el amor que los redime.


Con sus tres corazones en la boca,

tres parejas de ojos las miraron:

“¿De las tres cuál será la que me toca?”

sin decir una palabra preguntaron.


Ellas los recibieron con dulzura,

jamás como a extraños los miraron;

eran tres corazones, alma pura,

y esa noche la vida celebraron.


Llegó la hora de partir —dijeron—,

a la par se colgaron de sus talles.

Besos en las mejillas compartieron,

y en silencio abandonaron sus calles.


Han pasado tres décadas del hecho,

y aunque ninguno vive donde siempre,

aún siguen llegando a sus buzones

tres cartas manuscritas por los duendes.


Apolo • 1122 • RD / Copyright © Todos los derechos reservados.




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