El caminante negro

 A Benoit...

Crónica poética de una marcha hacia el olvido.

Dejó su estela de ilusiones en el mar más azul del continente.

Su único equipaje era la incertidumbre, el sudor de su frente

y miles sueños rotos, como gaviotas blancas volaban en su mente.

Desató suavemente sus amarras y emprendió su aventura:

abrazó el mar sin luna y quebrantó las olas con sus alas;

entre aguas oscuras, con la corriente en contra,

tras un mejor futuro, navegaba.

 

Su brújula apuntaba hacia playas ajenas,

colmado de esperanza, en busca de otra vida, de otros sueños,

un poco más humanos, de peso más liviano,

para aliviar su carga en este vuelo.

Pero la vida no esperó, y junto con la muerte conspiró:

se pusieron de acuerdo, le tendieron su trampa.

La muerte, cual crupier que controla la jugada,

escondía en su alma una apuesta misteriosa y arriesgada.

 

Y perdió la cordura. Dejó de ser él mismo para siempre,

y caminó cien leguas sin saber que el destino

lo llevaba a reunirse con la muerte.

Así nació la leyenda del caminante negro,

quien todo lo perdió sin darse cuenta.

Navegó con esmero por el mar negro —el mar de los prejuicios—,

y a su etnia, las olas la golpearon hasta quebrar su juicio.

 

Él nunca se detuvo mientras, bajo sus pies, había un camino.

Pero algo sucedía, trayecto a su destino.

—¿Qué pasó en su cabeza?—

Él cambió para siempre, en un parpadeo leve, en un suspiro.

—¡Pasó tan de repente!—

El caminante negro perdió el tino.

 

Sin cesar ni un instante, siguió por el sendero, dando tumbos,

con ambos pies torcidos y la vista perdida, segundo tras segundo.

Con sus dos andarines descubiertos,

sobre la tierra fría, divagaba,

perdido en su inconsciencia, sin rumbo, sin destino,

ajeno de sí mismo y sin saber siquiera en dónde su cuerpo se encontraba.

 

Abrazando el camino con sus pies entumidos, montando la montaña,

las fieras primigenias engulleron su aliento en un instante,

pero no sintió miedo. —Y, seguido—

arrastraba los pies entre sus fauces.

Mientras se diluía en su zancada, apuraba su paso por llegar

—quién sabe a dónde—,

devorando el camino en las entrañas de las bestias

con la marcha serena de su nombre.

 

Así como la vida mutilaba su esencia poco a poco,

así mismo su cuerpo desafiaba aquel sendero frío, boscoso,

y se arrastraba contra el suelo; y con su oscura tez se resistía,

ante aquel duelo que llevaba perdido contra el clima;

quien con sus garras afiladas destrozaba su piel en cada paso,

segundo tras segundo, hasta desvanecerse

como se pierde un susurro en el ocaso.

 

El espinazo inclemente del monte ibérico

y las destructoras dagas asesinas

de ciudades cercanas —frívolas y dañinas—

observan sus pasos desandarse.

Lloran, despavoridas, las montañas —con hipócritas lágrimas—

la cruel vergüenza que yace en sus entrañas,

con pena nauseabunda en su conciencia.

 

Por la intención adrede e inclemente,

por hacerse de la vista sorda y ciegos de la palabra,

por formalizar el descuido, la inacción y bien organizarla

y por atizar el trayecto de un alma noble moribunda

que encaminaba sus pasos a la nada.

 

La gente llora, justo ahora,

por haberle arrebatado al camino un par de pies descalzos;

por haberle ignorado con vileza la vida,

mientras él con su rostro de inocencia aún miraba.

Gentes con actitudes de desprecio […]

con sus despreciables miradas que como puñales inclementes

atravesaron mil veces sus espaldas.

 

La culpa los persigue,

por haber guardado silencio ante un hecho tan vil y tan dantesco,

en el que sucumbiera una vida tan noble, indefensa, tan buena;

al negro caminante descalzo de la montaña,

quien fuera devorado por la sombra creciente del descuido colectivo;

lo mataron dos veces: física y moralmente por un solo pecado

—quizás dos, o tres, o cuantos más, quién sabe—:

 

Por ser pobre, muy pobre el miserable;

por ser un viejo desecho, desgastado;

por no tener la fe bien atada a su carne;

por llevar su piel cubierta con el manto de la noche,

el día en que se le hizo tarde.

 

¡Y su sangre!

¡Su sangre!

Teñida, de color chocolate.


Apolo • 1122 • RD / 4 de julio 2025

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