Perdóname mamá…
te dije que caí,
y así no ha sido.
Olvidé despedirme.
Tenía tanto miedo,
pavor…
de abrazarte tan fuerte
de no poder soltarte
y arrastrarte conmigo
a este vacío oscuro
en el que estoy cayendo…
en este instante.
Estaba tan equivocado,
como lo están estas palabras,
y aquellas otras tantas
que no te dije antes,
ni nunca…
tal vez por miedo.
Puede que te preguntes:
¿Adónde va este vuelo?
Yo no lo sé de cierto.
Muy tarde me di cuenta
que el viaje en que me hundo
ya no tiene regreso.
Si yo fuera un halcón, quizás,
pudiera agitar mis alas
para escapar de esta corriente
de extinción que me ahoga,
y que arranca de sus entrañas
la vida a mi existencia…
pero no puedo.
Me creí un águila rapaz.
Pero soy un simple gorrión, sin nido,
lo olvidaba:
uno domesticado,
al que le han cortado las alas
y los sueños.
Perdóname, mamá…
Por caerme hacia adentro,
como se caen estas palabras en mi acento,
en este abismo interior
que, como un hoyo negro, me succiona,
y mi ánimo muerto…
que también se acentúa en mi silencio.
Un silencio que grita a voces, a veces,
pero que nadie escucha,
y no podrán hacerlo,
pues la sordera es colectiva.
¡Sordos!… hasta los tuétanos.
Perdóname, mamá…
He saltado al vacío.
He confiado en las alas
que no tengo,
y he caído.
Perdóname, mamá.
Perdón, mamá.
Perdón, ma.
Perdón.
Hoy velaré…
y volaré en tu sueño.
Apolo • 1122 • RD
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